Google

Publicidad

domingo, 1 de julio de 2007

Historia de Almeria





El solar que ocupa la actual provincia de Almería es, en palabras del prestigioso historiador y arqueólogo Luis Siret, "un impresionante museo natural". Ello se explica en principio por las tres culturas neolíticas (hecho único en Europa): la de Almería, la de Los Millares y la de El Argar, con su aportación a la cultura campaniforme y a la cultura celta. En el periodo clásico, son muchas las poblaciones íberas y las colonias fenicias y cartaginesas que cobran importancia en Almería. Es destacable la importancia de varias poblaciones ya en la Roma clásica, como las de Urci (junto a la capital), Abdera (Adra), Murgi (El Ejido), Baria (Vera) o Tagilis (Tíjola). El puerto de la actual capital de Almería (Portus Magnus) ya era explotado y apreciado por los comerciantes del Lacio.

Es en el medievo cuando se da una riquísima y por desgracia ignorada relevancia de esta provincia. Cuando Abderramán III decide en el 955 amurallar el poblado que se había formado alrededor de la atalaya que la importante República de Pechina tenía en la costa, nace la ciudad. Almería era una población total y radicalmente islámica. La Almería musulmana llegó a ser una ciudad grandiosa. Después de Córdoba, era la ciudad más influyente y próspera de la península y una de las más ricas de todo el orbe islámico. El almirante de la flota, que residía en Almería, era de facto el segundo poder en la España de la época y tenía a su disposición nada menos que 300 naves que fondeaban en el puerto, el más importante del califato. Ibn Maymun fue el más grande de estos almirantes de Almería, al que Almanzor envenenó, envidioso de su poder.

Con la caída del califato, Almería sigue cobrando importancia, llegando a ser, como reino independiente, una de las taifas más prósperas. La ciudad tenía al menos quince puertas, que guardaban la entrada a una ciudad de cerca de un millón de metros cuadrados, laberíntica y abigarrada. De todas esas puertas, los contemporáneos destacaban por su belleza tres de ellas, que tenían un raro patio interior (en toda la España musulmana, sólo había dos ejemplos más de este tipo de puertas: una en Sevilla y otra en Granada). Llegó a contar con 10.000 telares, que creaban maravillosos tejidos de seda, entre los que destacaban un “tejido de Almería” que era exportado a casi todo el mundo árabe. Las crónicas medievales hablan maravillas de la actividad comercial de la ciudad y de la prontitud con que los almerienses hacían frente a los pagos. No sólo los tejidos, sino esclavos (Pechina y Verdún eran los comercios de esclavos más grandes de toda Europa), orfebrería y mármol (se han encontrado lápidas funerarias de mármol de Macael hasta en Nigeria) eran su fuerte. El puerto almeriense era un prodigio de animación y bullicio. Sin duda uno de los más importantes del Mediterráneo en época califal, de taifas y con los almorávides. Éstos últimos dieron cobijo a piratas, convirtiendo al puerto no sólo en la envidia, sino también en el terror de sus enemigos. El investigador Florentino Castro Guisasola publicó en 1930 el libro El esplendor de Almería en el siglo XI, título que habla por sí solo. La Almería musulmana está presente en muchos textos medievales, como el Romance del Conde Arnaldo o Las Serranillas, del Marqués de Santillana. Los árabes también cantaron las magnificencias de la ciudad, como el sabio almeriense del siglo XIV, Aben Jatima, en su libro Ventajas de Almería respecto a los otros países de España.

Lo que se ha venido llamando siglo de oro de la ciudad rozaba su cénit cuando el papa Eugenio III convocó una cruzada contra la ciudad. Cristianos del sur de Europa se reunieron para acabar con la cruel Almería, como la llamaban los juglares de la época. En el sur de Francia, los romances comparaban Almería con una “piscina” que lavaría los pecados de aquellos que se unieran a la cruzada. El conde Ramón Berenguer de Barcelona, Alfonso VII de Castilla, el rey García Ramírez IV de Navarra y Álava (nieto del Cid) o el gran duque Guillermo VI de Montpellier junto con genoveses y pisanos (que veían como una infranqueable competencia el emporio del puerto de la ciudad y que habían sufrido los ataques de su flota), se dieron cita ante las murallas de Almería. Cada uno traía entre sus huestes a lo más granado de la caballería europea, nombres protagonistas de romances medievales (como el conde de Astorga, Ramiro Flores de Guzmán, llamado la “Flor de las Flores” en el “Poema de Almería”, compuesto a raíz de la conquista). Tras una breve pero intensa resistencia, las murallas fueron asaltadas por doce puntos. Alfonso VII no quiso negociar paz alguna. De los habitantes de la ciudad, 10.000 pudieron huir milagrosamente hacia Murcia y 20.000 se refugiaron en la Alcazaba. De éstos últimos, la mayoría de los varones fueron pasados a cuchillo. Alfonso VII, “el Sultancillo”, como le llamaban despreciativamente los almerienses, devastó Almería y destruyó sistemáticamente las industrias de la ciudad. Era el año 1147.


La ciudad viejaEl botín fue espectacular. Los soldados se llenaron los bolsillos, pero los nobles se llevaron la mejor parte. Los jefes genoveses se llevaron el “Sacro Catino”, una gran fuente de esmeralda finamente tallada a seis puntas en la que, según la tradición, Jesucristo sirvió el cordero en la última cena. Alfonso VII se llevó partes de la gran mezquita, que depositó en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, y ricos tejidos, con los que sería confeccionada la famosa casulla de San Juan de Ortega. El conde de Barcelona se llevó las espectaculares puertas de la Puerta de Pechina, forradas de cuero de buey y tachonadas con clavos de bronce, cuya última pista nos lleva a la capilla vieja de la Universidad de Barcelona.

A partir de ahí comienza una lento declinar. Tras diez años de dominio castellano, los almohades lograrían recuperar la ciudad e intentan devolverle su antiguo esplendor, sin conseguirlo en absoluto. Los granadinos la hacen luego su puerto principal, pero Almería ya no es la de antes. Es destacable el épico y durísimo asedio que volvió a sufrir en 1309 por parte de las tropas de Jaime II, que no pudieron con la sólida resistencia almeriense. En esta época, Almería es el escenario de batallas, incursiones y razzias entre los cristianos de Murcia y los moros de Granada. Y en esta época probablemente tiene origen el dicho: Cuando Almería era Almería, Granada era su alquería.

Tras la reconquista definitiva, en 1489, pronto se ve que la ciudad no significaría para los cristianos lo que fue para los árabes. Se podría afirmar que, mientras los Reyes Católicos estaban celebrando gozosamente la Navidad en la Alcazaba, después de entrar en la ciudad un 26 de diciembre, un estilo de vida y una época brillante expiraba en la ciudad. Este brusco deterioro de las prosperidad de Almería está adobado además con una sucesión de terremotos, dos de los cuales son terribles: el de 1518, que elimina para siempre la Vera musulmana, matando a todos sus habitantes, y el de 1522, que se dejó sentir hasta en las Azores, y que devasta Almería por completo, convirtiéndola casi en un solar y siendo la principal causa de la destrucción de la práctica totalidad de los edificios que los árabes habían levantado en ella, así como de la catedral antigua.

Estos terremotos y la esquilmación demográfica hacen que apenas haya mención a Almería hasta la modernidad. Es en el siglo XIX cuando resurge su puerto debido a la extracción minera y la exportación de uva de Berja y Ohanes. Surgimiento a tiempo para poder ser considerada como capital de la provincia homónima en la nueva reasignación que se hace a finales de siglo.

No hay comentarios: